diciembre 27, 2004

 

LA SUPERACIÓN RACIONAL DE UN PUEBLO. M.M. FAKALA

LA SUPERACIÓN RACIONAL DE UN PUEBLO

Es verdad que el grado de madurez de un pueblo se mide entre otras cosas por la superación racional de las inclemencias y vicisitudes que le toca vivir en determinado momento de la historia. Es obvio, que esa superación que emana de elección libre y voluntaria crea un total mecanismo de inmunidad que supera la tentación inoportuna que en su día esconde en sus pliegues el daño que tiende a diluir a la nada el proyecto de costosa redención que los saharauis levantan como reto desafiante a la ceguera marroquí. Resulta real igualmente que en cada parada del proceso de emancipación se impone cierto protagonismo vacío de recelo y con fe en el futuro y en el presente, de llevar la causa a buen puerto sin importar el sacrificio de la obra.

En efecto, parece que la actividad pro derechos humanos que se realiza con éxito en las zonas ocupadas, y en la que mueven fichas activistas del temple de Dedach, Ment Haidar, El Mutauacal, Numria, Tamec, Mesaud, Hamad, entre otros. Emergieron airosos después de largo cautiverio detrás de los barrotes de la ocupación, a raíz de la desatada avalancha de detenciones arbitrarias llevadas a acabo a finales de los setenta, y en las décadas de los años ochenta y noventa del siglo pasado. Ellos constituyen una de aquellas metas donde hoy se fija la mirada de todos los saharauis y el concierto internacional para brindarles apoyo moral como mejores representantes imprescindibles y paradigmáticos frente a los abusos y el desprecio que se constata en la parte ocupada territorio donde los derechos culturales, sociales, políticos y económicos se rigen por ley de un país ocupante.

No obstante, y a pesar del acoso, las acciones de los defensores de las libertades fundamentales de los saharauis está ganando terreno a nivel nacional e internacional y cada vez apunta hacia mayor desenmascaramiento del horror que padecen los habitantes del Sahara Occidental que desde finales de 1975 sufren la herida abierta y sin cicatrizar heredada de los primeros y acentuada por los segundos colonizadores. El bochornoso abandono de la ex-metropoli dejó a la población indefensa ante la difícil prueba de la diáspora y la brutalidad de ejército y el Ministerio del Interior de Dris El Basri. A propósito del entonces ministro de Hassan II parece que pretende últimamente con descaro salir del letargo para hacernos olvidar quizás las flagrantes violaciones de derechos humanos de las que es culpable. Lo per en estos casos es intentar “resarcirse”, no importa a costa de quién, al perder las bazas y tentáculos que le convertido finalmente en más inofensivo que “Dracula bajo el sol”. No se puede tener un pie en cada orilla ni los héroes surgen de la noche a la mañana por meras declaraciones que desgraciadamente no devuelven los desaparecidos a casa. Sin duda, el exaltado protagonismo del ex-ministro no es más que una comedia o moneda en desuso del régimen que en realidad en toda su estructura, incluida la implícita, no realiza cambios sustanciales a pesar de los requerimientos internacionales.

Por más que se intente esquivar la realidad, hay causa y culpables. Los saharauis que defienden su causa conocen igualmente sus propios enemigos y confiarán únicamente y para siempre en la memoria de la historia. Por ello, todo hecho o declaración que no ponga fin a las calamidades de los saharauis, ambos lados del muro de la segregación, serán arrojadas en saco roto. Pero cabe preguntar, quién sofocó las manifestaciones de El Aaiún de 1999, y quién es el responsable de las fosas comunes de saharauis, localizadas en las proximidades de las localidades de Echderia, Hauza y Amgala.

Pues, tanto para Idris El Basri como para el oficial de ejército Amarti es insuficiente el sentimiento de pena. Es momento ya de levantar alfombras y hurgar profundamente en las aguas turbias de la ocupación, tomando ejemplo de los activistas saharauis en las zonas ocupadas. Sólo entonces la diafanidad se impondrá como premisa de nuestra época, y más aún cuando se trata del secuestro del derecho de un pueblo.

M.M. FAKALA, periodista saharaui


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