junio 20, 2007
Testimonio de la activista saharaui de Derechos Humanos y ex desaparecida Fatma Ayach
Testimonio de la activista de Derechos Humanos y ex desaparecida, Fatma Ayach, miembro del Colectivo Saharaui de Defensores de los Derechos Humanos (CODESA)
Un escritor árabe dijo: ‘Una vez fuera de la cárcel, preparase para convivir dentro de la sociedad, conservar tus principios, tu fe y la lucha por tu causa es más difícil que estar en la misma cárcel’.
Mi nombre es Fatma M´barek Mohamed Ayach y nací el año 1968, en El Aaiun, Sahara Occidental. Soy madre de dos niños: Lala Charafi (19) Abdelaziz Elbachrawi (7).
Pertenezco a una familia saharaui que todos sus miembros, al igual que yo, sufrieron durante un largo periodo las flagrantes violaciones de los derechos humanos cometidas por los torturadores y las diferentes fuerzas de seguridad marroquíes.
Fui víctima de secuestro, desaparición forzosa y torturas sistemáticas, al igual que cientos de ciudadanos saharauis, por el sólo hecho de participar en manifestaciones pacíficas en la ciudad de El Aaiun, en el Sahara Occidental. Las manifestaciones tenían como propósito pedir la autodeterminación para el pueblo saharaui en vísperas de la llegada de una Misión Técnica de Naciones Unidas de visita a los territorios ocupados del Sahara Occidental.
El 20 de Noviembre, de 1987, a la 01:00 AM de la mañana aproximadamente, mi casa, que se ubica en la calle ‘Al-hizam’ en El Aaiun, Sahara occidental, fue forzada por más de siete agentes de la policía marroquí vestidos de civil. Destruyeron brutalmente todo lo que había, violentaron el sueño de mi familia, especialmente mi madre Salka Abdellfatah Luali de 50 años de edad. Esta intervención provocó una situación de horror en todos los miembros de mi familia. Fui arrastrada desde mi cama con insultos y golpes indiscriminados. Nadie se imagina lo que es cambiarse de la paz de la cama a aquellos ruidos fastidiosos. No sabía lo que pasaba… de repente estaba bajo las botas de los torturadores, encerrada en un coche, marca Land Rover. Pasaron un largo rato dando vueltas por las calles y avenidas de la ciudad, aplicándonos todo tipo de golpes, insultos verbales y abusos.
Cuando el coche paró, pensé que el sufrimiento también cesaría, sin embargo nada. Un nuevo capítulo, peor y más brutal de torturas acaba de empezar… era el inicio de los interrogatorios. Fue la bienvenido de los verdugos que no tenían piedad, sedientos de sadismo y que no reparaban en elegir las más humillantes palabras, insultos y golpes en todas partes del cuerpo, que tenían como objetivo ultrajar nuestra dignidad humana.
Pensé que el tiempo se había detenido por más de treinta horas. No era consciente más que de los sucesivos manotazos en mi cara o del agua sucia que se vertía sobre mi cabeza y mi cuerpo. Esa fue la única hospitalidad que tuvimos. Mientras recuperaba mi conciencia, sólo oía gritos y quejidos que más tarde supe que eran los de mi familia y compatriotas, que estaban siendo torturados.
La única preocupación de los verdugos era arrancarme confesiones sobre el objetivo de nuestras manifestaciones. Tenía las manos esposadas a la espalda, los ojos vendados y sentía dolores en todo el cuerpo. Pero lo peor, eran las amenazas constantes de violación que recibía. Todo podía soportarse, menos la violación! La muerte era mejor que ser violada !!!
Lo peor fue cuando supe que todo aquello que yo había pasado, también cinco miembros de mi familia lo habían sufrido. Sí, aquellas personas que me habían enseñado los principios del buen comportamiento y la moral ¡Qué vergüenza me dio saber que las tías de mi madre; Khwaidija y Salka Ayach, el hijo de la última Mohamed El-jalil Ayach, mi tío Ali Ayach y mi primo Lagdaf Ayach todos estaban conmigo sufriendo las mismas torturas diarias que yo!
Los torturadores e investigadores eran tan sádicos que una vez me quitaron el vendaje de los ojos sólo para hacerme ver a mi tío, Ali Ayach, completamente desnudo. Su salud estaba demasiado delicada debido a las torturas salvajes; su cara inflamada y estaba tan débil que no tenía fuerzas ni para hablar. Todo aquello lo hacían, por una parte, para humillarme sabiendo que aquello violaba nuestras tradiciones y principios como saharauis y por otra, lo hacían para intimidarme. Cuando miro a mi alrededor, me doy cuenta que el lugar era mugroso, todo era cruel y amargo. La gente se acoplaba desmayada a mi alrededor, sus ropas manchadas de vómitos y sangre. Del lugar se desprendía un olor nauseabundo. La frivolidad de los torturadores agregaba más miedo y pánico a aquella escena. Entonces, me di cuenta de la gravedad de mi miseria.
Después de las primeras sesiones de tortura fui conducida bajo estrictas medidas de seguridad, junto a un grupo de los secuestrados con las manos esposadas y los ojos vendados. Fuimos obligados a permanecer en silencio y a mantener las vendas sobre los ojos. Durante los interrogatorios, nos privaban de consumir alimentos o de realizar nuestras necesidades. El único lenguaje que se oía era el lenguaje de los golpes.
Unos minutos después, fui conducida de nuevo a los interrogatorios y esta vez sobre algunas banderas del POLISARIO; ¿De dónde las había sacado? ¿Por qué íbamos a protestar? ¿Quiénes eran los cabecillas de las manifestaciones? Estas eran las preguntas más frecuentes durante los interrogatorios. Después de negar proporcionar información fui sujeto de torturas atroces; golpes en los órganos más sensibles y la expulsión del humo de sus cigarrillos en mi cara. Me golpearon tanto en la cara que ya no la sentía.
Perdí la conciencia varias veces, pero cuando la recuperaba, era para empezar de nuevo los interrogatorios, los insultos y las torturas. De vez en cuando, me vertían agua helada y sucia sobre el cuerpo y poco a poco ya no recuerdo lo que digo y de nuevo pierdo la conciencia.
Después de la segunda sesión de torturas, me condujeron de nuevo con un grupo de los secuestrados en un Land Rover hacia un lugar cerca de la costa. Más tarde supimos que aquel lugar era “Thaknat Albir” (Las Barracas del Pozo), una cárcel secreta en El Aaiún, Sahara Occidental.
Nos distribuyeron entre las celdas que estaban atestadas de gente, donde no podíamos dormir, hablar, ni siquiera movernos. Estábamos heridos pero nos negaron el tratamiento médico. Con todo esto, el proceso interrogatorio continuó y muchos perdían la conciencia y llegaban hasta el delirio.
Ahora recuerdo lo que le pasó a mi tío Mohamed El-jalil Ayach, que aún hoy día continúa desaparecido. Durante el periodo que estuve detenida, él estaba siendo torturado no muy lejos de donde yo y su madre, que tenía que soportar sus propios tormentos y los de su hijo. Oíamos con frecuencia a los verdugos gritarle: “hijo de puta, diga viva el rey, diga que el Sahara es marroquí…” Sin embargo, él siempre se negaba, retando a los torturadores con su paciencia y la fuerza de su fe en su causa. Al final, lo tiraron en un lugar que nosotros usábamos como servicio. Lo pisotearon con sus calzados y nos obligaron a hacer lo mismo como venganza por apegarnos a nuestros principios.
Mohamed siguió como estaba sin que nosotros pudiésemos hacer nada por él. Su madre tenía que soportar sus quejidos, que los asimilábamos para inspirarnos a resistir y a vivir. Hasta que un día los quejidos cesaron y Mohamed El-jalil desapareció a un destino desconocido, como cientos de saharauis, que aún hoy día se encuentran en las prisiones y las cárceles secretas de Marruecos.
Incapaz de aceptar la desaparición de su hijo, la pobre madre de Mohamed tuvo una grave crisis psicológica por muchos años. Incluso después de nuestra liberación, ella todavía seguía con la esperanza de poder abrazar a su hijo algún día.
Después de pasar un tiempo en la cárcel sereta de “Thaknat Albir”, fuimos trasladados a al triste centro secreto de detención PC CMI (Puesto de Mando-Campaña Móvil de Intervención). Estábamos en una deplorable situación de salud debido a los días que llevábamos de torturas. Después de liberar a siete mujeres, a las demás nos pusieron en una misma celda. Entre nosotras se encontraba Fatma Mint Said, que la secuestraron teniendo a un bebé de sólo dos meses. Fatma trataba de ser fuerte y paciente para regresar a su recién nacido que ignoraba su destino. Nos dolió tanto su situación, que nos pusimos a turnar, absorbiendo sus pechos para aliviarle el dolor que le causaban. Sin embargo, eso no fue posible hasta que le rogamos al guardia que nos permitiera hacerlo.
Al igual que Fatma Mint Said, nuestra colega Igga El-alem estaba sufriendo igual o peor que ésta. Igga tuvo una herida que le causó la pérdida de la memoria. La tiraron al suelo y se pasó un largo rato alucinando. No querían llevarla a curarse hasta que su cuerpo empezó a despedazarse. Cada vez que les rogábamos que la llevaran al hospital, lo único que oíamos del guardia eran respuestas sádicas como: ustedes están aquí para morir… una muerte lenta…
Una parte del techo de la habitación estaba abierta y por aquella abertura entrada un frío extremo. Pasábamos hambre y había ausencia de las más simples condiciones de vida; tales como ropa, mantas y otras necesidades fundamentales. Esta situación continuó a lo largo de nuestra desaparición que fue alrededor de cuatro años.
Me secuestraron cuando tenía 17 años de edad. Estaba divorciada y tenía una niña de 12 meses, Lala Charafi. Era muy joven y aún no sabía lo que era ser madre y aunque lo supiera ¿Qué haría sola en aquella cárcel?
No paraba de pensar en mi hija y temía que la hubiesen secuestrado a ella también. La angustia me aplastaba el corazón. Aunque estaba esposada, sentía que la abrazaba en mi mente y que jugaba con su suave cabello. Mi ángel, Lala, me ayudaba a soportar la violencia de los verdugos. Sin embargo, día y noche me preguntaba, qué estaría haciendo ella? dónde estaría? qué estaría comiendo o dónde estaría durmiendo? …
A veces la veía caminar, tratando de hablar, llorar, sonreír o acercándose a mí diciendo mami…mami… Siempre pensaba conmigo misma, que estaría viva… sufría sólo de pensar en ella.
Nuestro sufrimiento aumentó cuando nos privaron de las visitas de nuestros familiares y amigos, cuando nos impidieron el tratamiento médico y también salir al patio para respirar el aire limpio. Tomábamos agua y comíamos en platos sucios, dormíamos en celdas mugrientas con olores desagradables, había insectos en todas partes y piojos en nuestros cuerpos. Durante los cuatro años de nuestra desaparición sólo habíamos cambiado nuestra ropa dos veces y casi nunca tuvimos la oportunidad de ducharnos. A veces nos impedían rezar, nos mantenían con las manos atadas, los ojos vendados y nos obligaban estar sentadas cabizbajas y con las caras hacia la pared.
Pasé alrededor de cuatro años detenida junto a más de sesenta saharauis. Éramos diez mujeres y el resto hombres de diferentes edades. Había entre nosotros menores de edad, adolescentes y hasta ancianos. Había dos hombres ciegos; Sidati Salami (55) y Charif Algarhi (22). Aunque eran ciegos, también sufrían torturas diarias igual que los demás. A Sidati siempre lo arrastraban con la barba hacia las sesiones de tortura y Charif lo conducían a los servicios con los perros de guardia, como una forma para divertirse.
Un día, los sádicos torturadores pusieron a mis colegas Al-galia Djimi y Salka Ayach en fila frente a unos perros feroces entrenados. Los soltaron para que los mordieran y aún hoy día tienen las huellas de los dientes de aquellas fieras.
Aquella situación miserable y las condiciones infrahumanas que duraron alrededor de cuatro años nos debilitaron demasiado. Algunos padecieron enfermedades (algunas contagiosas) tales como; la tuberculosis, el reumatismo, enfermedades mentales, dolores de estómago, enfermedades intestinales, problemas de vista, anemia, enfermedades cardíacas, ataques severos de asma, así como enfermedades de la piel.
Y aquí, cito el ejemplo de mi compañera Aminatu Haidar, quien sufrió una parálisis parcial y tuvo varias crisis respiratorias. También está el caso de Um Almu´nin Mahamud y Mohamed Jalfu que sufrieron tuberculosis en la cárcel y que la última perdió la vida cuando fuimos liberadas en 1991.
Pasamos un largo periodo en el PC-CMI (en El Aaiun, Sahara Occidental). Este centro de detención lo destruyeron luego para ocultar las atrocidades que allí cometían. Nunca fuimos llevados a juicio, ni hemos sido sentenciados o se nos ha dictaminado alguna acusación. Nunca recibíamos visitas… simplemente estábamos desaparecidos. Entonces comprendimos que estábamos ahí para morir lentamente por el mero hecho de pedir el derecho de nuestro pueblo a la autodeterminación.
Cuando nos liberaron del PC-CMI tuvimos que aprender de nuevo el arte de vivir. Habíamos perdido la noción del tiempo. Dejamos atrás a cuatro de nuestros colegas; Mohamed El-jalil Ayach, Salama Hania, Mohamed Ali Karrum y Andal-la Bumehdi. Todos ellos habían perdido las uñas de ambas manos a causa de las torturas. Su destino, al igual que cientos de saharauis, sigue aún desconocido. Cuando sus familiares nos preguntaban por ellos, no teníamos más que decir; lo sentimos, no sabemos nada…
Yo ni siquiera soñaba con que sería liberada y que vería de nuevo a mi pequeña hija Lal-la, que entonces tenía ya cinco años de edad. Me la trajo mi madre, Salka Andelfatah Luali (Que Dios la tenga en su gloria). Mi madre estaba muy débil por la edad, las enfermedades y las preocupaciones por mi secuestro.
Al inicio, me resultaba difícil convencer a mi hija que yo era su mamá. Cuando me acercaba a ella, se alejaba de mí y aquello me afectó psicológicamente. Sabía que debería tener mucha paciencia, tratar de olvidar todos mis sufrimientos y sólo preocuparme por cuidar a mi hija y a mi madre, que estaba muy enfermiza. Irónicamente, tuve que hacer el papel de madre y encargarme, además de mi hija, del cuidado de mi pequeña hermana Sukaina, que tenía dos años de edad cuando nuestra madre falleció en 1994.
Fuimos liberados el 19 de junio de 1991 gracias a una gran campaña internacional dirigida por el Frente POLISARIO y muchas organizaciones de Derechos Humanos como AFAPREDESA, Amnistía Internacional, etc.
Fue difícil acostumbrarse a nuestro nuevo ambiente y con los cuerpos desgastados por muchas enfermedades. Nuestras familias se encargaron del tratamiento médico, no sólo físico, sino también psicológico. Algunos fueron sometidos a operaciones quirúrgicas. No obstante, estábamos siempre bajo observación permanente y hasta algunas veces nos llevaban a los interrogatorios para aislarnos de la sociedad y evitar que nos encontremos entre nosotros.
Sin embargo, nunca claudicamos y siempre estuvimos determinados a retar aquellas privaciones y continuar nuestra lucha por hacer que nuestras voces sean escuchadas por la comunidad internacional y por las organizaciones de Derechos Humanos. Revelamos todo lo que nosotros sufrimos y que cientos de saharauis aún sufren en las cárceles secretas de Marruecos. Así, yo me uní a mis colegas, los activistas saharauis de Derechos Humanos, para revelar y descubrir las flagrantes violaciones de los Derechos Humanos perpetrados por el régimen marroquí en el Sahara Occidental. Esto me hizo convertirme en objeto de más coacción e incluso víctima de torturas, como el 17 de Junio, de 2005 en la calle de Smara, en El Aaiun, junto a los defensores de los Derechos Humanos El-husein Lidri y Aminatu Haidar. Ese mismo día, Aminatu fue secuestrada de la sala de urgencias del hospital ‘Belmehdi’, en el Aaiun, por un grupo de torturadores liderados por el conocido Ichi Abu Al-husein.
Desde aquel entonces, mi casa ha estado bajo vigilancia permanente de agentes secretos. El 20 de julio de 2005 asaltaron mi casa y arrestaron a tres activistas de los derechos humanos; Brahim Numería, Al-husein Lidri y Al-arbi Massùd, quienes más tarde fueron sentenciados a duras e injustas penas de cárcel. Mi nombre fue reiteradamente mencionado durante los procedimientos interrogatorios de la Policía Judicial e incluso fui interrogada varias veces por la policía con el objetivo de restringir mis actividades de Derechos Humanos.
Sin duda, la Intifada Saharaui que comenzó en mayo de 2005 ha revelado más atrocidades de los torturadores marroquíes responsables de nuestro sufrimiento. Muchos de esos verdugos fueron luego promocionados o recompensados con grandes fortunas, mientras que otros se beneficiaron del negocio de las drogas para adquirir más tierras y aumentar sus capitales.
La siguiente lista incluye un grupo de los torturadores que suelen forzar las casas de los saharauis, secuestrarlos y atormentar a los hombres, mujeres y niños en las cárceles secretas del PC-CMI. Tormentos que empiezan desde los coches de la policía y que concluyen con el abandono de las víctimas en medio de la nada. Desde el inicio de la Intifada, el 21 de Mayo de 2005, el secuestro y la tortura de menores se han hecho habituales. Tal es el caso de Hamdi Lembarki, que el 30 de Octubre de 2005 fue torturado hasta su muerte en medio de las calles de El Aaiun.
Los torturadores responsables de nuestro secuestro y torturas durante el periodo de nuestra desaparición, desde el año 1987, son:
Saleh Zemrag: Fue Gobernador de El Aaiun hasta de su muerte en 1993.
Mohamed Al-garuani: Ex Pasha en el Aaiun, Sahara Occidental. Hoy día está en Kenitra, en Marruecos.
Brahim Bensami: Fue promovido a “Gobernador de Seguridad” de El Aaiun antes de ser trasladado a Settat, en Marruecos.
Al-arbi Hariz: Era el jefe de la inteligencia en El Aaiún y fue promovido a “Gobernador de Seguridad” de Dajla.
Andel-hag Rabii: Un oficial de la policía que aún trabaja en El Aaiún.
Ben Hima: Un oficial de policía que fue trasladado de El Aaiún a Agadir, en Marruecos.
Abdel-hafed Ben Hachem: Funcionario del Ministerio del Interior marroquí. Él solía dar las órdenes para la coordinación con el ex Ministro de Interior, Driss Basri.
Aziz Al-amraui y Mohamed Jetuu: Estaban entre los guardias encargados de torturarnos en la cárcel secreta del PC-CMI, en El Aaiún.
Arrumi Aayad: Un inspector de la policía marroquí en El Aaiún, Sahara Occidental, desde diciembre de 1975.
Abderrahim Taifi: Un inspector de la policía marroquí en El Aaiún, Sahara Occidental, desde diciembre de 1975.
Sanhaji: Un oficial de la policía marroquí, quien era jefe de la inteligencia en El Aaiún desde diciembre de 1975 hasta 1996.
Finalmente, creo que llevar ante la justicia a los responsable de las flagrantes violaciones de los Derechos Humanos en el Sahara Occidental, ratificar los acuerdos internacionales, prohibir la tortura y llevar el caso a la Corte Penal Internacional será la única forma de aplicar justicia y respetar la memoria de nuestro colectivo.
Fatma Ayach
Etiquetas: Fatma Ayach, Mujeres, Represión Sahara ocupado